La santidad es asunto de todos
El 11 de octubre del 2008, el Mons. Olmsted, Obispo de Phoenix, se dirigió a la organización internacional laica, Católicos Unidos en la Fe (CUF) con motivo del Congreso Conmemorativo de su 40° Aniversario en Pittsburgh, Pensilvania, EEUU. Muy gentilmente concede a The Sower el derecho de publicar su ponencia que presentamos a continuación.
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Hace veinte años, cuando Juan Pablo II publicó su Exhortación Apostólica, Christifideles Laici, “Sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo”, aprovechó la ocasión para alabar a Dios por las gracias del Concilio Vaticano II. En el párrafo dos, escribió, “Dirigiendo la mirada al posconcilio, los padres sinodales han podido comprobar cómo el Espíritu Santo ha seguido rejuveneciendo la Iglesia, suscitando nuevas energías de santidad y de participación en tantos fieles laicos.”
Una de las asociaciones de laicos que inició y floreció después del Vaticano II es, por supuesto, Católicos Unidos por la Fe, a quienes tengo el privilegio de dirigirme el día de hoy. Me honra su invitación, y deseo aprovechar este momento para agradecerles y felicitarles por la forma en que han dado su apoyo al laicado al cumplir con su misión insustituible en la Iglesia hoy en día.
Las tentaciones que enfrentan los seglares
Estoy verdaderamente agradecido con la organización Católicos Unidos por la Fe y por el llamamiento a un apostolado activo en la Iglesia y en el mundo que extendió el Vaticano II a los seglares. No obstante, quizá sea de provecho recordar las palabras con las que Juan Pablo II prosigue en su Exhortación Apostólica refiriéndose a las ‘tentaciones’ que enfrentan los seglares en los tiempos posconciliares (#2): “Al mismo tiempo, el Sínodo ha notado que el camino posconciliar de los fieles laicos no ha estado exento de dificultades y de peligros. En particular, se pueden recordar dos tentaciones a las que no siempre han sabido sustraerse: la tentación de reservar un interés tan marcado por los servicios y las tareas eclesiales, de tal modo que frecuentemente se ha llegado a una práctica dejación de sus responsabilidades específicas en el mundo profesional, social, económico, cultural y político; y la tentación de legitimar la indebida separación entre fe y vida, entre la acogida del Evangelio y la acción concreta en las más diversas realidades temporales y terrenas.”
Aunque esto lo comentó Juan Pablo II hace ya varios años, ¿no vemos estas mismas tentaciones aún hoy en día? Si no nos enfrentamos directamente con estas tentaciones, si los fieles laicos desisten de luchar la batalla interna que consiste en conformar sus vidas diarias con la verdad y la caridad del Evangelio, la santidad no se dará. Veamos un poco más de cerca a la batalla que arroja cada tentación.
Tentación 1: Enfocarse sobre manera al ministerio
La primera tentación es volverse demasiado ‘enfocado al ministerio’ y no comprometerse lo suficientemente con el arduo labor que es el dar testimonio de Cristo a través de su profesión, comunidad y cultura.
Para ilustrar la primera tentación, basta fijarse en el uso excesivo del término ‘ministerio’ aplicado con referencia al laicado. Antes del Vaticano II, la palabra ‘ministro’ se limitó casi exclusivamente a los sacerdotes, obispos y diáconos. Pero ahora, los seglares ocupan puestos en los que se les llaman ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión, ministros de música, ministros juveniles, ministros de hospitalidad, ministros del duelo, ministros de funerales, ministros de bodas, ministros de la vida familiar, y así sucesivamente. Ciertamente, estos ‘ministros’ desempeñan muchas actividades valiosas dentro de la Iglesia; por éstas merecen nuestro reconocimiento y elogios. Sin embargo, el quehacer de estos llamados ‘ministerios’ no es la tarea primaria de los fieles laicos.
Además de crear una confusión entre la misión muy distinta del laicado y la del clero, este uso excesivo del término ‘ministerio’ al referirse al laicado acentúa la ‘tentación’ que señaló Juan Pablo II: es decir, “la tentación de reservar un interés tan marcado por los servicios y las tareas eclesiales, de tal modo que frecuentemente se ha llegado a una práctica dejación de sus responsabilidades específicas en el mundo profesional, social, económico, cultural y político.”
El testimonio de los laicos
¿Cuáles son las cuestiones más apremiantes que nos enfrentan a nosotros como seguidores de Cristo en 2008? Sin duda, éstas incluyen las amenazas a la identidad del matrimonio y su situación legal en la sociedad; una mentalidad contraceptiva que daña a ambos significados del matrimonio - el unitivo y el procreativo; el divorcio ampliamente difundido y la degeneración de la familia; las amenazas mortales a los más vulnerables de entre nosotros por medio del aborto, la eutanasia y la investigación con células estaminales embrionarias; y una retórica cruda en lugar de una actitud de bienvenida para con los extranjeros e inmigrantes entre nosotros.
La Iglesia puede sobrevivir con menos ‘ministros seglares’, pero la Iglesia del año 2008 no puede cumplir su misión en el mundo sin el testimonio fiel de laicos en sectores claves de la sociedad, especialmente el fiel testimonio de abogados, médicos, educadores, hombres y mujeres de negocios y otros profesionistas. Necesitamos profesionistas afanosos que sea su fe católica la que guíe sus acciones en el hogar, en el trabajo y la arena pública.
Para cumplir con su misión hoy en día, la Iglesia necesita, de modo singular, el testimonio de parejas casadas fieles y de sus hijos. Como nos lo recordó Juan Pablo II, la Iglesia camina por la historia por medio de la familia. En un hogar donde aman y adoran a Cristo, los hijos aprenden la dignidad de la vida humana, lo sagrado del matrimonio, y la necesidad del perdón y del amor.
Sigan luchando
Hace varios meses, recibí el siguiente correo electrónico de un hombre que padecía un cáncer incurable. Parte de lo que escribió fue así:
“Estaba sentado hasta atrás en la iglesia, esperando a que se fueran todos. Se me acercó silenciosamente mi tía y me dijo cuatro sencillas palabras: “Sigue luchando contra esto.” Fue aquella variedad de orden cortés que solo una tía te puede emitir. Pero fue exactamente el tipo de cosa que me gusta oír. ¿Porqué?
Para empezar, su comentario reconoce que estoy involucrado en una lucha. Sabe que el cáncer no es como la mayoría de las demás enfermedades o condiciones médicas; no es algo que enfrentas con una sola cirugía o un frasco de pastillas. Es una cruzada interminable que requiere de tu atención plena durante semanas, meses o a veces hasta años de tratamiento continuo.
En segundo lugar, su comentario implica que mis esfuerzos por luchar contra el cáncer hasta ahora han valido la pena y deben de seguir. Es importante recibir esa retro-alimentación. El pasar por una sucesión de tratamientos con muy poco o nada como muestra de mejoría es muy desalentador. Sin embargo, si se va a ganar esta guerra, la batalla tiene que seguir con ese mismo empeño con la que se ha librado hasta la fecha. Me siento como si no tuviera tiempo para desperdiciarlo en la lástima propia.”
Las personas con cáncer tienen una conciencia aguda de la batalla espiritual que acompaña a su lucha física. No tienen tiempo para perder en sentir lástima por sí mismos, desperdiciando el tiempo sumidos en auto-contemplaciones y mimos. Ahora mismo, día tras día, hora tras hora incluso, requieren del coraje para la batalla contra el cáncer y del coraje para librar su batalla interna.
Agradecidos por los tiempos difíciles
Una enfermedad espiritual más mortífera que el cáncer amenaza a nuestra sociedad actualmente. Una dictadura de relativismo justifica la más desorbitada de acciones. Un conocido político estadounidense comentó recientemente, “El cuándo es que la vida comienza es un asunto irrelevante cuando es cuestión del derecho de la mujer a elegir un aborto.” ¿Qué diría Judit, la santa mujer del Antiguo Testamento acerca de un comentario así? ¿Se acuerdan de esta valiente mujer de fe?
Judit vivió en tiempos difíciles. Desde temprana edad, se enviudó. Poco después, su pequeño país fue invadido por el poderoso ejército de Asiria.
El ejército asedió a Betulia, la ciudad donde vivía Judit. Durante 34 días, cortaron las fuentes externas de agua y de alimentos. Detuvieron todo paso hacia dentro y hacia afuera de la ciudad. Los defensores de la ciudad, sobrepasados en número por un factor de 10, entraron en pánico. Todos estaban exhaustos, desesperados y dispuestos a rendirse. Todos menos Judit, quien se puso de pie y habló estas palabras (8:25): “Por todos estos motivos debemos dar gracias al Señor, nuestro Dios, que ha querido probarnos como a nuestros padres.” Poco después, bajo cubierta de la oscuridad, salió sigilosamente de la ciudad sitiada y caminó hasta las márgenes del campamento enemigo. Ya de día entró al campamento, haciendo parecer como si estuviera cambiando de banda para salvar su propia vida. Sin embargo, lo que podría parecer extraño es que había llegado hermosamente vestida y armada con una sonrisa. De este modo, obtuvo una invitación para cenar en la tienda de Holofernes, el comandante del campamento. Durante el transcurso de la cena, los encantos de Judit lo turbaron al grado que se tomó tal cantidad de vino que cayó borracho y semi-consciente. Luego, haciendo uso de la espada de Holofernes, ella le cortó la cabeza.
La clave de su éxito fue la siguiente: Judit tenía una gran fortaleza interior, enraizada en su fe viva. No era víctima de los tiempos que a ella le tocaron vivir. Vivió su fe gozosamente en lo bueno y en lo malo. Creyó, como el Papa Juan Pablo II, que no existe tal cosa como la coincidencia. Los tiempos suyos eran parte de la providencia de Dios. Ella tenía un papel a jugar y una misión a cumplir. ¿Qué importa si era difícil? Como dijo: “Debemos dar gracias al Señor, nuestro Dios, que ha querido probarnos como a nuestros padres.”
Tenemos mucho que aprender de Judit acerca del apostolado de seglares en América hoy en día. Ella sabía que la guerra spiritual es asunto de todos. También sabía que el servir a Dios, aún en tiempos difíciles, comienza con un corazón agradecido; agradecido aún por ser probado para demostrar nuestra confianza en Dios.
La enseñanza de Lumen Gentium
El Concilio Vaticano II, en su documento más importante, Lumen Gentium, La Constitución Dogmática Sobre la Iglesia (#31) trata de la identidad y de la misión de los laicos como distintas de las del clero y de los religiosos, aunque sí son hechos partícipes “de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo”.
Lo que más importa no es que el laicado haga ‘servicios y tareas de la Iglesia’, es decir ‘ministerios laicales’, sino que se comprometa con las actividades seglares de la sociedad donde el clero y los religiosos normalmente no pueden intervenir.
Lumen Gentium #31 sigue: “El carácter secular es propio y peculiar de los laicos. Los que recibieron el orden sagrado, aunque algunas veces pueden tratar asuntos seculares, incluso ejerciendo una profesión secular, están ordenados principal y directamente al sagrado ministerio, por razón de su vocación particular. En tanto que los religiosos, por su estado, dan un preclaro y eximio testimonio de que el mundo no puede ser transfigurado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas. A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales. Viven en el siglo, es decir, en todas y a cada una de las actividades y profesiones, así como en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios a cumplir su propio cometido, guiándose por el espíritu evangélico, de modo que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo y de este modo descubran a Cristo a los demás, brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, fe, esperanza y caridad.”
Dios permite las tentaciones no con el afán de hacernos caer, sino para fortalecer nuestra fe y profundizar nuestra dependencia en El. Cuando usted resiste la tentación de involucrarse en actividades ‘eclesiales’ a costo de amar a su cónyuge, cuidar a sus hijos, perdonar a su enemigo, y vivir su profesión como una vocación y misión de Dios, está usted participando verdaderamente en la misión sacerdotal, profética y real de Jesucristo en nuestro mundo el día de hoy.
Tentación 2: Separar la fe de la vida
La segunda tentación, como hemos visto, es la de “legitimar la indebida separación entre fe y vida, entre la acogida del Evangelio y la acción concreta en las más diversas realidades temporales y terrenas.”
Esta tentación está estrechamente ligada con la anterior. Se le podría llamar la tentación “Católico, pero…”, es decir, la excusa ya demasiada común que va algo así:
“Soy hombre de negocios católico, pero no permito que la Iglesia tenga una influencia en lo que yo hago en la oficina o en la mesa directiva.” Sin embargo, Jesús dice (Mt 7:21): “No bastará con decirme: ¡Señor!, ¡Señor!, para entrar en el Reino de los Cielos; más bien entrará el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo.”
“Soy político católico, pero no dejo que mi catolicidad tenga un impacto en mi manera de votar o en las leyes que promuevo; no impongo mi catolicidad en los demás.” Sin embargo, dice Jesús (Mt 7:26-27): “Pero dirán del que oye estas palabras mías, y no las pone en práctica: aquí tienen a un tonto que construyó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se arrojaron contra esa casa: la casa se derrumbó y todo fue un gran desastre.”
“Soy médico católico, pero no dejo que mi fe moldee mis decisiones con respecto al aborto, la contracepción, u otras prácticas médicas.” Sin embargo, Jesús dice (Mt 5:37): “Digan sí cuando es sí, y no cuando es no; cualquier otra cosa que se le añada, viene del demonio.”
“Soy conductor católico de un talk show, pero no dejo que la Iglesia inhiba mi derecho a decir lo que se me da la gana cuando estoy al aire.” Sin embargo, en la Carta de Santiago, Dios dice (2:17): “Lo mismo ocurre con la fe: si no produce obras, muere solita.”
“Soy catedrático de teología en una universidad católica, pero no dejo que las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia me callen de disentir en puntos morales o doctrinales, ni dejo que me limiten en mis propias soluciones pastorales’. No obstante, el Papa Benedicto recordó a los educadores católicos en la reunión que tuvo con ellos este año en Washington, DC: “Ante todo, cada institución educativa católica es un lugar de encuentro con el Dios vivo quien en Jesucristo revela su amor transformador y su verdad.”
Los laicos católicos de América nunca cumplirán su papel vital en el mundo hasta que se deshagan del ‘Católico, pero…’ en sus vidas personales y profesionales. La honestidad intelectual y la integridad personal nos exigen suprimir a la racionalización de nuestras mentes, y de eliminar toda transigencia de nuestros corazones, y de dar el SÍ decisivo a Jesús y a su Evangelio de Vida.
Confíen en la verdad
No tendremos éxito en el impugnar aquel ‘Católico, pero…’ hasta que confiemos en la verdad. Solo cuando confiamos en la verdad llegaremos a aceptar la verdad con gratitud y podremos poner esa verdad en práctica, aunque nos cueste caro.
Esta segunda tentación es especialmente seductora en una época que valora la comodidad más que el sacrificio, el placer personal más que las necesidades de los demás. Flannery O’Connor profirió esta dificultad con mucha franqueza en una carta que escribió a Louise Abbott en 1959: “Lo que no entiende la gente es lo que cuesta la religión. Creen que la fe es un grueso cobertor eléctrico, cuando por supuesto es la cruz. Es mucho más difícil creer que no creer (Habit of Being, 354).”
La tentación de separar su fe de su vida, de actuar como si la fe fuera un asunto meramente privado queda en contradicción directa con la exigencia clara e inequívoca (Mc 8:34-36): “Luego Jesús llamó a sus discípulos y a toda la gente y les dijo: «El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga. Pues el que quiera asegurar su vida la perderá, y el que sacrifique su vida (por mí y) por el Evangelio, la salvará. ¿De qué le sirve a uno si ha ganado el mundo entero, pero se ha destruido a sí mismo?”
Si confías en la verdad, darás gracias por ella aunque requiera un sacrificio. Sabes que la verdad encuentra su plenitud en una persona, Jesucristo, quien merece toda nuestra confianza y amor.
Conclusión
Tras charlar acerca de las ‘tentaciones’ y de los obstáculos serios que enfrentan los laicos quienes buscan la santidad, quisiera concluir con la afirmación que la santidad es de hecho posible.
No es imposible ser santo. Es posible amar al Señor con todo tu corazón, toda tu mente y todas tus fuerzas. “Para Dios, nada es imposible.” (Lc 1:37) Con la plena confianza en estas palabras de Dios, el Papa Benedicto escribe (Deus Caritas Est, #35): “A veces, el exceso de necesidades y lo limitado de sus propias actuaciones le harán sentir la tentación del desaliento. Pero, precisamente entonces, le aliviará saber que, en definitiva, él no es más que un instrumento en manos del Señor; se liberará así de la presunción de tener que mejorar el mundo —algo siempre necesario— en primera persona y por sí solo. Hará con humildad lo que le es posible y, con humildad, confiará el resto al Señor.”
Sí, con humildad y con amor, pongamos nuestra confianza en el Señor.
Para conocer más acerca de Católicos Unidos en la Fe, entre a www.cuf.org ó llame a (740) 283-2484.
Spanish translation by Althea Dawson Sidaway: [email protected]