The Catechetical Review - Communicating Christ for a New Evangelization

Desde los Pastores: Una catequesis de pertenencia

Authored by Bishop Michael F. Olson in Issue #4.4 of Catechetical Review

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El papel de la familia como modelo catequético para el ministerio hispano

Picture of Latino family

Cuando tenía unos doce años de edad, fui a la casa de un compañero para visitarlo. Él había nacido en los Estados Unidos de América, pero sus papás habían nacido y se habían criado en Polonia y habían inmigrado a Chicago siendo jóvenes adultos. Esa tarde, estábamos en la planta alta jugando un juego de mesa cuando su mamá llamó desde el sótano, donde estaba terminando con el lavado de la ropa. Le llamó, “Tony!  Trow me down da stairs a rag!” (“¡Tony! Lánzame escalones abajo un trapo!”). Él y yo nos quedamos mirando y nos echamos a reír ante la imagen que implicaba el error gramatical de su mamá, junto con el sonido torpe de su acento. Luego comenzamos a payasear fingiendo que nos estábamos aventando el uno al otro escalera abajo. La mamá de Tony subió las escaleras y nos pilló en acción; al principio se le miró la cara de confusión, pero rápidamente comprendió la situación. Frunciendo el ceño, le dirigió a Tony unas palabras de corrección en polaco. No hablo polaco, pero es de suponer que su gramática y la sintáxis eran correctas ya que pareció haberle comunicado su punto con suficiente claridad a mi amigo Tony.

El objetivo de esta historia es la ilustración de tres aspectos importantes de la catequesis que se involucran en nuestra misión como Iglesia: el lenguaje, la cultura, y la familia. Entre catequistas, la interacción de estos tres aspectos puede suscitar cierta confusión ya que el lenguaje y la cultura son filtros para la manera en que la fe se presenta y se practica. En el trato con personas de cultura e idiomas distintos, es posible que no comprendamos completamente los aspectos y contornos de su comprensión. El lenguaje y la cultura son rasgos humanos esenciales compartidos por la realidad natural y bendecida de la familia humana, pero que se manifiestan de distintas maneras. Dios mediante, estos pensamientos nos ayudarán a comprender cómo darle prioridad a estos aspectos para mejor evangelizar y formar la vida de fe de la Iglesia en los Estados Unidos de América. Los tres aspectos que son lenguaje, cultura y familia requieren de nuestra parte una atención sumamente delicada ya que son las áreas de la vida humana en las que las personas se encuentran en su punto más vulnerable, y son, por lo tanto, las áreas precisas en las que el mensaje del Evangelio de Cristo debe de encarnarse con la mayor intencionalidad.

La familia y el cuarto mandamiento

El Catecismo de la Iglesia Católica (CEC) enseña que “El cuarto mandamiento se dirige expresamente a los hijos en sus relaciones con sus padres, porque esta relación es la más universal.” El Catecismo prosigue explicando que este mandamiento también “se extiende a los deberes de los alumnos respecto a los maestros, de los empleados respecto a los patronos, de los subordinados respecto a sus jefes, de los ciudadanos respecto a su patria, a los que la administran o la gobiernan.” Además, este “mandamiento implica y sobrentiende los deberes de los padres, tutores, maestros, jefes, magistrados, gobernantes, de todos los que ejercen una autoridad sobre otros o sobre una comunidad de personas” (CEC 2199).

El Catecismo nos llama a considerar que el cuarto mandamiento establece el fundamento y el orden para los mandamientos subsecuentes que le fueron revelados a Moisés. Estos mandamientos no solo sirven para la salvación del mundo, sino que también articulan los derechos humanos, entre los cuales se encuentran el derecho a la vida, la integridad de la sexualidad humana y del matrimonio, el derecho a la propiedad, el derecho a que se le digan la verdad, y el derecho a la buena fama. Por lo tanto, el cuarto mandamiento “constituye uno de los fundamentos de la doctrina social de la Iglesia” (CEC 2198).

Es importante notar que los tres primeros mandamientos articulan lo que le debemos con justicia a Dios, lo cual es la virtud de la piedad. El cuarto mandamiento le da seguimiento a esta deuda con Dios con lo que les debemos a nuestros padres, lo cual es la virtud de la justicia. Esta deuda humana comienza con nuestros padres y madres; y lo que sigue en los mandamientos subsecuentes son las demarcaciones justas de nuestras demás relaciones humanas dentro de la sociedad.

Debemos de recordar que los Diez Mandamientos son la Alianza hecha por Dios con Moisés, la cual convierte al heterogéneo grupo de esclavos refugiados en pueblo elegido – el pueblo elegido de Dios que peregrina hacia la Tierra Prometida. Los mandamientos no son una lista puesta de forma arbitraria de imperativos únicos y distintos, unidos solo en que fueron ordenados por Dios y destinados para la obediencia humana. Como Alianza, son mandamientos vinculantes que hay que cumplir y que siguen los unos a los otros con un sentido claramente ordenado e intrínsecamente unido. Dentro de la Alianza de Dios, cada uno sigue al mandamiento previo al atraer de manera más profunda al pueblo de Dios hacia la relación amorosa y justa de pertenencia a Él y a los demás. Los mandamientos están hechos el uno para el otro tanto en sustancia como en orden; el pueblo de Dios está hecho el uno para el otro tanto en la sustancia de la vida familiar como en un orden de lenguaje y cultura.

Mucho de lo que sucede en la frontera entre los Estados Unidos y México, que se manifiesta por medio de la narrativo de testigos oculares de la separación de los hijos de sus padres que están buscando asilo, ofrece una metáfora viva de los asaltos destructivos a la vida familiar en el nombre de los derechos del individuo y del estado. La situación en la frontera es más que un conflicto político en cuanto al equilibrio entre la integridad de la frontera y el derecho al asilo; es más que un choque entre grupos lingüísticos o culturas, o siquiera un desacuerdo partidista.

Yo quisiera ofrecer esta situación como ejemplo de una comprensión de familia más amplia, y, por lo tanto, más católica, la cual debería de sustentar los asuntos de cuidado pastoral y catequesis.

La catequesis de pertenencia conduce a la comunión

En primer lugar, la actual presencia hispana que abarca múltiples generaciones dentro de la Iglesia en los Estados Unidos nos ofrece una oportunidad para desarrollar una “catequesis de pertenencia” que refleja la primacía de la familia por encima de los deseos individuales y de la adquisición de propiedad. Esta catequesis aclara el papel de la familia y da una comprensión sana de cultura enraizada en Cristo y en su Iglesia. Invierte la actual práctica seglar en la que la cultura es la que define el sentido y el papel de la familia. Según leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica, “La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la comunión eclesial; por eso [...] puede y debe decirse Iglesia doméstica” (CEC 2204; cf. también Familiaris consorcio 21).

En segundo lugar, una catequesis de pertenencia requiere que comprendamos la responsabilidad que tenemos de servir la causa superior del bien común de la familia por encima de nuestra esclavitud a los intereses propios. Desde el punto de vista teológico, pongamos esto en relieve por medio de la metáfora del pueblo elegido de Dios: comienzan como diversos refugiados de la esclavitud en Egipto, son formados poco a poco por su experiencia en el desierto bajo el liderazgo-servicio de Moisés, entran en una alianza con Dios, y se convierten en su pueblo peregrino por medio de una alianza de pertenencia – la cual no es un contrato de intereses propios recíprocos. Esta metáfora de la Antigua Alianza nos ayuda a comprender la Alianza Nueva y Eterna, por la cual la Iglesia se convierte en el Pueblo Peregrino, el Nuevo Israel, y la familia de familias de Dios. De acuerdo a lo que leemos en el Catecismo, “Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios” (CEC 2233).

Por último, Dios nos lleva a la comunión con Él por medio de la gracia. Nosotros le pertenecemos a Él y los unos a los otros. Esta comunión proporciona el fundamento para la integración exitosa de la familia dentro de la sociedad y enraizada en Cristo. Según leemos en el párrafo 781 del Catecismo, el pueblo de Dios tiene sus raíces en la Iglesia formada por medio de una nueva Alianza en Cristo. En los Hechos de los Apóstoles, leemos que Pedro proclamó, “"En toda nación mira con benevolencia al que teme a Dios y practica la justicia" (Hechos 10,35).

La primacía de la familia

Para desarrollar una catequesis sistemática de pertenencia se requiere comenzar con una consideración de mi primer punto en lo que se refiere a nuestra situación contemporánea como Iglesia en los Estados Unidos de América: la actual presencia hispana que abarca múltiples generaciones dentro de la Iglesia en los Estados Unidos nos ofrece una oportunidad para desarrollar una “catequesis de pertenencia” que refleja la primacía de la familia por encima de los deseos individuales y de la adquisición de propiedad.

Los católicos en los Estados Unidos de América nos enorgullecemos de ser una “iglesia inmigrante”, o una “iglesia de inmigrantes”. Aunque esto sea cierto, cómo lo entendemos los catequistas es de importancia crítica para el desarrollo de una estrategia efectiva hoy en día como iglesia local y diversa encargada de la evangelización de una sociedad siempre más perdida en el egoísmo de un individualismo posmoderno.

Al llegar nuestros antepasados como inmigrantes en los Estados Unidos para huir de la opresión y de la persecución, ellos también experimentaron un cambio traumático en el tejido de la vida familiar. Nuestros ancestros inmigrantes fueron obligados a aprender un idioma nuevo e incluso muchas veces fueron forzados a olvidar un idioma que les era conocido. Al llevar eso a cabo, también estaban obligados a conformarse culturalmente a la filosofía del individualismo mientras confrontaban el trauma social de la revolución industrial. Estas experiencias dañaron al papel y a la responsabilidad del padre de familia quien antaño enseñaba la sabiduría de una ocupación dentro del seno de la vida familiar, y de la madre de familia quien proporcionaba la historia doméstica de la vida familiar y de la fe. Fue un cambio sutil, pero sí un cambio.

La filosofía moderna británica, engendrada en la Constitución de los Estados Unidos, incorporó a los derechos de los individuos como algo primordial a las responsabilidades de los miembros de una comunidad dirigida hacia el bien común, incluyendo el bien común de la familia. En la práctica, el bien común se redujo a sus dimensiones materiales. El filósofo católico Jacques Maritain señaló en su obra, The Range of Reason (1952), “En cuanto a la civilización, el hombre moderno tenía en el estado burgués, una vida social y política, una vida en común sin bien común, ni trabajo común, ya que el objetivo de la vida en común consistía tan solo en conservar el derecho de cada uno a la libertad para gozar de la propiedad privada, la adquisición de la riqueza, y la búsqueda del placer propio.” [i] La búsqueda de la felicidad pronto se midió de forma material con la adquisición de la propiedad, protegida por la legislación y las decisiones judiciales.

Del mismo modo, la revolución industrial, con su voraz necesidad de cantidades extravagantes de mano de obra, provocó la ruptura de las familias. Esta necesidad de la revolución industrial alejó a la gente de sus tradicionales granjas familiares y a los inmigrantes de sus tradicionales ocupaciones familiares. Esta ruptura familiar fue para favorecer la producción material dirigida a la adquisición de la riqueza de parte de figuras históricas prominentes como son Carnegie, Mellon, y Rockefeller.

Los encargados de formular la política social pronto descubrieron que en teoría había una necesidad de la familia en la sociedad con un propósito nuevo: el de criar personas para el bien de la seguridad nacional y para el desarrollo de una fuerza laboral. [ii] Así, la comprensión moderna de la familia nuclear se desarrolló, por la que la familia se convirtió en un conjunto de individuos con base en un contrato de matrimonio entre individuos. Las familias pasaron de ser consideradas como un todo unificado, y se volvieron partes de una sociedad diseñada y estructurada para proteger a los derechos de estos individuos. Los miembros de la familia serían los portadores de derechos individuales y de responsabilidades derivadas, establecidos y acordados por interés propio, pero el valor (y a menudo el tamaño también) de la familia en sí disminuyó. Para resumir, se llegó a considerar a las familias como conjuntos de individuos que generan nuevos individuos para formar una sociedad que sirva a las necesidades y a la identidad individuales. Esto suena mucho como el derecho a la privacidad que ha producido los destructivos derechos al aborto y al matrimonio entre personas del mismo género. La “pertenencia” es opcional y temporal, aunque se ofrezca mutuamente por medio de un contrato individual. La educación y la formación humana, ya apartadas del contexto y del propósito comunales, se volcó hacia la industria y el comercio.

Los métodos anteriores de catequesis han descuidado el destape de este presupuesto en el cual descansa la educación moderna y contemporánea. La presencia hispana –desprovista de los efectos de la revolución industrial y de la influencia de la teoría política moderna británica y continental, pero que descansa sobre la experiencia de alianza y refugio de la opresión – ilumina este fundamento previamente ignorado. Nos invita a un enfoque nuevo en la catequesis que comienza con nuestra pertenencia de alianza que se establece en el Bautismo. La cercanía geográfica de las tierras natales de los hispanos inmigrantes, en contraste con la lejanía de los países europeos de los inmigrantes de los s. XIX y XX, ha ayudado a que conserven este sentido primordial de pertenencia a una familia y no a un estado-nación moderno, ni a una cultura posmoderna y bifurcada. Ahora la catequesis puede y debe de ser estructurada para incluir a los padres de familia, los abuelos y los niños simultáneamente, además de grupos con base en la edad e idioma.

Volvamos a la mamá de Tony de la historia con la que abrí este discurso. Cuando ella le hablaba a Tony en polaco, ella reivindicaba sus derechos maternales y ejecutaba su responsabilidad maternal al traer a Tony de vuelta a una relación recta. Con sus palabras, ella le recordaba que él le pertenecía como su hijo y que ella le pertenecía a él como su madre. Y que ellos pertenecían juntos a Dios. Juntos pertenecían a una sociedad más amplia en la que tienen responsabilidades relacionadas a los demás.

Nuestra responsabilidad de servicio a la familia

Una catequesis de pertenencia requiere que comprendamos nuestra responsabilidad de servir la causa más alta del bien común de la familia por encima de la esclavitud a nuestros intereses propios. Esto es distinto de lo que se viene haciendo en la práctica catequética reciente. Por ejemplo, gran parte de nuestra práctica catequética en preparación para el Sacramento de la Confirmación ha involucrado el cumplir con cierta cantidad de horas de clase, tiempo de retiro, y horas de servicio con tal de “ganarse” el derecho de pertenecer por iniciación completa a la Iglesia.

De igual manera, al acercarse al Sacramento del Matrimonio, las parejas a menudo confrontan una lista de reglas relacionadas con asuntos periféricas (por ejemplo, la contratación de un organista) con las cuales ellos deben de cumplir por medio de un contrato para poder celebrar su matrimonio en la iglesia – una parroquia a la cual por contrato ellos pertenecen (es decir por medio del registro y el acuerdo de administración). Esto envía el mensaje: “La gracia es libre pero no es barata”. Parece haber poca diferencia entre la educación, que se compra como artículo de consumo, y la pertenencia, la cual se gana por medio de la voluntad y la elección.

Los “derechos” a los sacramentos que tiene el católico bautizado llegan a ser mal entendidos en términos de los derechos modernos que tienen preferencia sobre la pertenencia. La pertenencia llega a establecerse en la comprensión de los fieles solo de manera endeble. Del mismo modo, una catequesis que se reduce solo a una articulación de un conocimiento doctrinal abstracto y teórico, o de reglas morales, ni manifiesta, ni fortalece la pertenencia. En cualquier caso, el enfoque del Evangelio se pierde o parece sin sentido para la vida de los que se preparan para recibir los sacramentos.

La catequesis de la pertenencia comienza con la responsabilidad de servir al bien común de la familia y el bien común de la comunión de la Iglesia. Somos bautizados, crismados, y casados para ser incomodados a favor de los demás con quienes compartimos la comunión, no para recibir la gracia que nos ayuda a ser cristianos fuertes y autónomos. Nos confían la misión de Cristo, de comunión, del bien común. Nos hace voltear hacia afuera en la evangelización y el ministerio y no hacia adentro hacia la introspección y superación personal.

La comunión: la formación de la sociedad en la naturaleza y la gracia

Por fin, Dios, por medio de su gracia, nos ayuda a que le pertenezcamos a Él en la comunión. Esta comunión proporciona los medios para la formación de la sociedad en la naturaleza y la gracia, que se comprende por la fe y la razón como el fundamento para la integración exitosa de la familia dentro de la sociedad y con las raíces firmemente plantadas en Cristo.

Cuando pertenecemos de manera ordenada a nuestra familia, según nos enseña el cuarto mandamiento, pertenecemos a la Iglesia y a la sociedad con responsabilidades y derechos. Las obligaciones de la caridad demarcadas por justicia en nuestra comunión dentro de la Iglesia proporcionan el ímpetu de la evangelización por medio de la palabra y de la acción dentro de la sociedad más amplia.

Es esta evangelización que amenaza nuestro posmoderno proceso judicial y legislativo, que ansía la privatización de nuestra fe para que no le pertenezcamos a nadie más que a nuestros propios intereses. Se requiere de la familia para que esta evangelización dé fruto, no como la incubadora moderna de individuos, sino como el seno de personas llenas de la gracia de Dios que vivan en comunión dentro de la sociedad en armonía con Dios y el prójimo. Tal familia, que tiene presentes a sus miembros más débiles, enseña a la sociedad a que tenga en cuenta a sus miembros más débiles. La sustancia y el orden de nuestra catequesis debe de involucrar la palabra y la acción compartidas por medio de la enseñanza, y también por medio de una extensión comunitaria anclada en la especificidad del mensaje del Evangelio. Esto se distingue por completo de la fría y estéril ideología social y extensión de los servicios antisépticos gubernamentales que tienen un enfoque a las necesidades humanas tipo “talla única que no le queda a nadie”. Tal extensión no se mide por la justicia o por la caridad, sino por los instrumentos de bienes de consumo económicos del interés privado. Esta ética bien podría describirse de la siguiente manera, “Cuando tenía hambre, me diste la píldora”.

Cuando siendo católicos aceptamos sin titubeos la definición seglar de la familia como el presupuesto para la vida moral y sacramental, corremos el riesgo de perder nuestra identidad como discípulos de Jesucristo. Cuando como catequistas de la Iglesia a propósito omitimos cuestionar esta supuesta seglar, cometimos un escándalo contra la Verdad, la cual es conocida por la recta razón y es plenamente revelada en Jesucristo. Cuando comenzamos nuestra catequesis con la familia – la pertenencia en comunión con Cristo y los unos a los otros – cultivamos una unidad familiar como célula de la sociedad, a la cual están bien puestas las riendas de las responsabilidades de la justica, prudencia, la fortaleza y la templanza.

El individuo – incluyendo los débiles, los ancianos, los enfermos, los no nacidos – pertenece entonces y juega un papel necesario dentro de la familia quien, como unidad entera integrada, juega un papel dentro de la sociedad. Este papel enfatiza la formación en el amor a Dios y al prójimo, el respeto por la vida, la integridad de conciencia, la responsabilidad de respetar la fama de los demás, y el uso correcto de la propiedad que desarrolla el florecimiento humano. Por consiguiente, dejamos de vivir dentro de nuestras familias como un conjunto de individuos sin papeles definidos de manera natural de esposo y esposa, padre e hija, madre e hijo, hermano y hermana; en lugar de eso, recibimos nuestro manto definido por nuestras relaciones como parte de la familia de Dios.

Con esta renovada comprensión de la familia, presupuesta por la enseñanza catequética de la Iglesia, la doctrina y las enseñanzas sacramentales se liberan de su tedio teórico y esclerosante. Estas enseñanzas ya se entienden en su sentido práctico ya que revelan el carácter relacional de lo que es de alianza, comunal, eclesial y social. Se percibe la inherencia de la verdad de la doctrina y de los sacramentos católicos en el carácter de cada bautizado. Esta verdad también se encuentra en el tejido moral y social de la familia y de la comunidad más amplia dentro de la cual tenemos nuestro propósito, nuestra responsabilidad y nuestra pertenencia. Esta manera de vivir y de enseñar la doctrina sacramental y la moralidad nos rescata de los posibles pecados del nacionalismo y estatismo y nos devuelve a la virtud de patriotismo. [iii]

En conclusión, el conflicto en la frontera involucra algo más que la seguridad nacional, los intereses empresariales, o siquiera el derecho al asilo. En esto, vemos la hostilidad ya tan históricamente conocida que la sociedad seglar e individualizada dirige hacia una antropología católica y natural, una sociedad que prefiere vivir por el poder de Alexa o Siri que por la sabiduría de San Pablo o Sirácida (libro del Antiguo Testamento llamado también Eclesiástico). Vemos un ataque no solo al orden y a la estructura de la familia, sino a la misma condición de pertenencia. La responsabilidad de la fe y de la recta razón forma nuestra conciencia y nos empuja hacia una pertenencia mayor por medio de nuestra capacidad para cambiar nuestro enfoque catequético de acuerdo con una antropología más cristiana y realista. La presencia hispana dentro de la Iglesia Católica y en la sociedad de los Estados Unidos de América – que se dé a conocer en español, en inglés, “Tex-Mex”, o “Spanglish”, por los inmigrantes o los nietos de los inmigrantes, personas documentadas o indocumentadas – es el “momento católico” acerca del cual el ya fallecido Padre Richard John Neuhaus escribió a finales del siglo pasado. Se ve muy distinto de lo que quizás nos imaginábamos, pero no se equivoquen, ha llegado al momento perfecto para nuestra salvación. Es una oportunidad llena de gracia que nos llama cada uno a que regresemos a nuestras raíces católicas y fortalezcamos a nuestra nación por medio del matrimonio y de la familia en un tiempo de urgente y crítica necesidad.

El Reverendísimo Michael F. Olson, S.T.D., es Obispo de la Diócesis de Fort Worth, Texas. Este artículo es una adaptación de su discurso de apertura presentado a los Directores Diocesanos de la Conferencia San Juan Bosco para la Evangelización y la Catequesis en la Franciscan University of Steubenville (Universidad Franciscana de Steubenville) el 16 de julio de 2018.

Notes

[i]Jacques Maritain, The Range of Reason, (New York: Charles Scribner’s Sons, 1952), 197.

[ii] Charles H. Cooley, Social Organization: A Study of the Larger Mind, (New York: Charles Scribner’s Sons, 1909).

[iii] Cf. Papa San Juan Pablo II, Discurso a la quincuagésima Asamblea General de las Naciones Unidas, (Nueva York: L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n. 41, p. 7-9, 5 de octubre de 1995). Disponible en el sitio Vatican.va a: ttps://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/speeches/1995/october/documents/hf_jp-ii_spe_05101995_address-to-uno.html

Photo credit: public domain image from Pixabay.com

Spanish translation by Althea Dawson Sidaway: [email protected]

 


This article is from The Catechetical Review (Online Edition ISSN 2379-6324) and may be copied for catechetical purposes only. It may not be reprinted in another published work without the permission of The Catechetical Review by contacting [email protected]

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