Podemos tomar por supuesto el hecho de que la Iglesia Católica opere un gran número de escuelas alrededor del mundo. Es claro que la Iglesia debe de ofrecer educación religiosa, pero, ¿por qué la Iglesia enseña matemáticas, educación física, ciencias, literatura e historia? ¿No sería más fácil que la Iglesia enfocara más estrechamente lo sobrenatural? ¿Para qué enseña también sobre el mundo material y cómo leer y escribir? En el Gran Mandato, Jesús mandó a sus Apóstoles a que hicieran discípulos (mathetes en griego y discipli en latín –ambas palabras se refieren a los estudiantes) y que les enseñaran (Mt 28,19.20). Jesús, el Verbo de Dios, por Quien el universo fue hecho, estableció una Iglesia que desde el principio acogió a la instrucción sobre la naturaleza de la realidad en su totalidad.
Las humanidades y la cosmovisión católica
La Iglesia acogió a las humanidades para ayudarles a sus miembros, en particular a los religiosos, a comprender y a contemplar la Palabra de Dios, y también para poder hablar y escribir de modo efectivo para poder compartir este conocimiento. Desde la enseñanza de las siete disciplinas de las humanidades en las escuelas de las catedrales y monasterios, las universidades fueron formadas para enseñar filosofía y tres carreras terminales en teología, derecho y medicina. La misión de salvación de la Iglesia creció para incluir la formación completa de la persona, uniendo la fe y la razón en la misión común de buscar cómo vivir en el mundo y ordenar todas las cosas a la gloria de Dios.
La educación católica, recurriendo tanto a lo natural como lo sobrenatural, ofrece una visión completa de la vida: una cosmovisión católica. La cosmovisión, en un sentido sencillo, describe cómo vemos a la realidad y formamos a nuestros estudiantes para que ellos la comprendan y habiten en ella. La enseñanza con una robusta visión católica acoge a la persona en su totalidad: cuerpo, emociones, mente y voluntad. La persona humana, como un ser sacramental (es decir, una unidad de cuerpo y alma), requiere el desarrollo de su potencial en todas sus dimensiones: la fortaleza y la salud del cuerpo; el control sobre las emociones de acuerdo con el bien; la conformidad de la mente con la realidad y el desarrollo de hábitos mentales que permitan que uno comprenda y se exprese claramente; el desarrollo de las virtudes de la voluntad que conducirán a la felicidad; y el encuentro con el Dios vivo que da vida a nuestra alma y permite vivir una vida de santidad.
La escuela católica no puede simplemente ofrecer la misma instrucción que la de la educación pública, agregando posteriormente la educación religiosa y la Santa Misa al programa de estudios. Cada materia tiene que ser enseñada de modo distintivo, reflejando la unidad del conocimiento, con una fuente común en Dios – Su creación y Revelación – y ordenada a la sabiduría que comunica el fin último de todas las cosas. Una escuela católica aborda cada materia con las dos alas – la de la fe y la de la razón, a sabiendas que cada verdad conforma a nuestra mente a la Mente de Dios. Simone Weil afirma que cada verdad “es la imagen de algo precioso. Siendo un fragmento pequeño de una verdad particular, es una imagen pura de la Verdad única, eterna y viva que érase una vez declaró con voz humana, ‘Yo soy la verdad.’ Cada ejercicio de la escuela, pensado de esta forma, es como un sacramento.”