“Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquellos que están lejos:
a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar” (Hechos 2,39).
Tiempos desafiantes requieren de soluciones innovadoras. Estos son, en verdad, tiempos desafiantes, tanto en el mundo como en la Iglesia. Es importante que los catequistas laicos brillen como faros de luz en la oscuridad para atraer a familias enteras hacia la sola Luz verdadera – la del mismo Cristo en la Iglesia Católica. Más importante aún, es el momento para que el sabio proceso del RICA tome la delantera de nuestros esfuerzos para la evangelización y la catequesis de familias enteras.
Que lo reconozcamos o no, providencialmente nos hemos estado capacitando desde hace muchos años para este tiempo que ahora vivimos. La Santa Madre Iglesia cuida bien de sus hijos y nos ha estado preparando desde hace décadas. Desde la restauración del catecumenado bautismal del Concilio Vaticano II [1] al Directorio General para la Catequesis [2], el Directorio Nacional para la Catequesis [National Directory for Catechesis] [3], y, más recientemente al recién publicado Directorio para la Catequesis[4], la Iglesia ha sostenido al catecumenado bautismal como modelo esencial sobre él que debe de basarse toda la catequesis.
El nuevo Directorio para la Catequesis declara que “la inspiración catecumenal de la catequesis … se hace cada vez más urgente recuperar” (DC 2). ¿Qué tiene el RICA que lo hace ser un modelo tan inspirador? El nuevo Directorio nos ilumina: “Tal experiencia formativa es progresiva y dinámica, rica de signos y lenguajes, favorables para la integración de todas las dimensiones de la persona” (DC 2).
Al desentrañar esta declaración magisterial, comenzamos a ver el beneficio que proporciona el hacer uso del modelo catecumenal para formar a discípulos de todas las edades. El RICA es una experiencia que moldea y forma, promoviendo un cambio desde quién sea la persona en el momento presente hacia la persona para la que Dios la creó. Este cambio, o metanoia, pretende ser algo muy poderoso y energizante para el participante. Involucra mucho más que una asistencia pasiva a las sesiones “saltando por todos los aros” para recibir un certificado de finalización al concluir el programa. Un programa tiene un principio y un fin, mientras que un proceso es algo fluido y continuo. El proceso del RICA es diseñado para renovar y traer a la unión cada aspecto de la persona con Cristo y Su Iglesia para toda la eternidad. Este cambio le costará algo a cada participante. La manera en que él o ella ha vivido la vida en el pasado ahora cambiará de muchas maneras, lo cual puede ser más que un poco desconcertante. Los signos y las expresiones no pueden ser percibidos como “ricos” hasta que la persona comience a cambiar y busca aprender y comprender cómo se mueve Dios en su alma. A cada persona se le debe de otorgar el tiempo necesario aunado al acompañamiento de discípulos formados “para sentirse llamados a alejarse del pecado y atraídos hacia el misterio del amor de Dios” cuando comienzan a desear seguir a Cristo. [5]
Extensión misionera
En lo profundo de las trincheras de la vida parroquial, nuestro equipo de RICA ha recién comenzado lo que mejor se puede describir como una extensión misionera hacia los padres de familia que se acercan a la Madre Iglesia con sus hijos no bautizados quienes tengan desde la edad de la razón hasta cumplir los diecisiete años. En el pasado, nos hubiéramos enfocado principalmente en la preparación de estos jóvenes por medio del proceso de RICA adaptado para niños y jóvenes. Mientras que afirmamos que es una obra valiosa de por sí, hemos descubierto a través de la experiencia que con frecuencia termina siendo un callejón sin salida desde el punto de vista catequético y espiritual.
Lo más común es que los mismos padres de familia no hayan sido evangelizados, y si lo han sido, han pasado muchos años desde que recibieron cualquier formación en la Fe. Esto, sumado al hecho de que rara vez asisten a Misa (si es que siquiera asisten), no son parte activa de la comunidad parroquial, y a menudo se encuentran en situaciones matrimoniales irregulares, hace que sea más esencial enfocar a los padres de familia, además de sus hijos chicos y adolescentes. Dicho de otra manera, si no atendemos a los padres adultos, sea cual sea su situación, los niños no podrán practicar su Fe en la comunidad en la cual son acogidos porque nunca más los volveremos a ver. Reciben sus sacramentos, y “allí quedan” – con frecuencia de por vida, debido a la falta de apoyo espiritual en el hogar.