Estaba sentado en mi oficina, su cuerpo tenso con ansiedad. Tenía años de formación en teología, pero nada le había preparado para esto. Al hablar conmigo, lanzaba miradas alrededor de la habitación, como si esperara encontrar alguna respuesta escrita en las paredes.
“¿Cómo hago para llegarles?” preguntó con tal sinceridad que sus ojos prácticamente se llenaron de lágrimas. “Sé que les estoy hablando de la fe. Sé que lo que están escuchando es verdad. Sin embargo, es como si estuviera hablando una lengua extranjera.” Luego alzó los ojos hacia mí, en la esperanza que yo pudiera contestar su pregunta importante:
“¿En qué forma debo de hablarles a los adolescentes acerca de la fe para que me escuchen?”
Su experiencia (y frustración) es lejos de ser única. Muchos adultos quienes intentan transmitir la fe a los jóvenes tienen la impresión de que están hablando con personas de otro planeta. El Directorio General para la Catequesis nos dice que para transmitir la fe a los jóvenes, debemos de “adoptar…un carácter misionero más que el estrictamente catecumenal” (DGC 185). Como catequistas de jóvenes, no podemos visualizarnos como maestros de un grupo de “pequeños adultos”. En lugar de eso, debemos de vernos como misioneros de una cultura extranjera.
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