Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones: el mandato evangélico de catequizar a todas las personas
Como lo dice San Pablo, nuestra actitud tiene que ser la de Cristo. La Segunda persona de la Santísima Trinidad se hizo hombre para salvarnos de nuestros pecados. "Se despojó de sí mismo, tomando condición de servidor," y murió en una cruz (Filipenses 2: 7-8, Biblia de Jerusalén. Ed. Desclée de Brouwer, 2009). Durante su breve estancia en la Tierra, Jesús sanó a los leprosos, y también a los ciegos, los sordos, cojos y paralíticos. En los Evangelios, encontramos historias específicas de milagros, y podemos decir con seguridad que Jesús sanó a muchas otras personas cuyas historias nunca se hicieron públicas. Sin embargó, no curó a todos. Nos enseñó que ni los pecados de las mismas personas con discapacidad, ni los pecados de sus padres son la causa de sus discapacidades (cf. Juan 9: 1-41). Y con más importancia aún, nos enseñó a amarnos los unos a los otros. La catequesis siempre debe de ser un acto amoroso: no estamos enseñando simplemente sobre Jesús, sino que estamos conduciendo a nuestros estudiantes hacia una relación con Jesucristo, quien nos ama a todos.
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