The Catechetical Review - Communicating Christ for a New Evangelization

La Página del Obispo: María, la primera catequista

Authored by Bishop David A. Zubik in Issue #30.4 of The Sower

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Juan cuenta la historia de esta forma:

Hubo una boda en Canaán. María asistió como invitada. También estuvo presente Jesús, su Hijo. También estaban sus primeros discípulos. María se dio cuenta que se estaba acabando el vino, lo cual era una vergüenza tremenda para los anfitriones de la boda. Al ir con su Hijo, María le dijo con sencillez: ‘No tienen vino’.

Imagina a Jesús que la queda mirando profundamente, diciéndole con un  pequeño suspiro: ‘¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.’ Lo mejor estaba por suceder. La respuesta de María. No dijo nada.

Ella encontró a los que servían el vino. Señaló a su Hijo. Dijo: ‘Hagan lo que Él les diga.’

Y con eso salió de la historia. Lo dejó en manos de su Hijo quien dio las instrucciones a los sirvientes a que llenaran de agua a las grandes tinajas de piedra. Esa agua se convirtió en el vino bueno. Ese vino bueno fue el inicio de los signos y prodigios que ‘revelaban su gloria’ al mundo, aún - y especialmente - hasta la fecha.

La historia que narra Juan de las Bodas de Canaán es como pelar una cebolla. Hay tantas capas tan delicadas y únicas que podemos recoger de este capítulo de las Escrituras.

La historia de la boda de Canaán habla de la naturaleza crítica de la alianza matrimonial entre un hombre y una mujer, tan crítica que es en este punto donde se revelan públicamente el ministerio y el milagro de Jesús. Esta historia habla abundantemente en estos tiempos cuando se define al matrimonio como algo sin importancia.

Pero esta historia también subraya la relación profunda entre Cristo y su Iglesia, una lección que cobra vida en aquellos pocos y cortos versículos. El símbolo de la Iglesia como esposa y Jesús como esposo es una imagen teológica duradera.

Hagan lo que Él les diga

Permítanme tomar un solo versículo en sentido literal, sin intentar interpretar ninguna profundidad mayor que lo que expresen estas líneas tales cuales en una página: ‘Hagan lo que Él les diga.’ Va de nuevo, ‘¡Hagan lo que Él les diga!’

No existe una definición más concisa del puesto de catequista que este ‘perfil de puesto’ que nos da la Santísima Madre, la primera catequista. Ese trabajo consiste simplemente en – enseñar, cultivar y evangelizar – la profunda relación entre Jesús, el Esposo, y su Esposa, la Iglesia.

Todo esto se resume en un mandato muy sencillo desde los labios de María, nuestra modelo para la catequesis: ‘Hagan lo que Él les diga’.

El ministerio de los catequistas no consiste en presentar ‘mi’ interpretación de Jesús, o ‘mi’ entendimiento de Jesús, o ‘mi’ opinión cultural de Jesús encerrado en ‘mi’ propio tiempo y época. El ministerio de los catequistas no trata de introducir teorías y conjeturas, cavilaciones o filosofías, libros best-seller o folletos populares.

El ministerio de los catequistas es permanecer fiel a Jesús y sus enseñanzas – al Depósito de la Fe – como abrazo e intercambio abiertos del encargo de María, ‘hagan lo que Él les diga’. El catequista debe de presentar a Jesús tan plenamente y completamente como ha sido presentado por el Magisterio de la Iglesia desde los días de los Apóstoles. El catequista lo hace sin nunca simplificar en exceso, pero tampoco sin complicar de más a esta misión.

Como algunos de ustedes, pertenezco a la última generación que ‘aprendió’ la fe por medio del Catecismo de Baltimore. Ese texto esbozaba la doctrina y las tradiciones de la Iglesia que ha permitido que mis semejantes y yo pudiéramos llegar a conocer la fe católica desde adentro y desde fuera. Cuando fue ‘retirado’ el Catecismo de Baltimore, desafortunadamente la catequesis se simplificó demasiado. Las verdades de la fe se volvieron desconocidas, y los creyentes se volvieron ignorantes de su fe.

La simplificación excesiva de la catequesis hace que la naturaleza asombrosa de la fe parezca ordinaria, hasta superficial. En una encuesta informal que se condujo hace unos años, se les preguntó a los jóvenes católicos lo que significa ser católico, lo que significaba para ellos ser católico, lo que significaba para ellos vivir su fe cada día. Uno contestó que lo que él hace para vivir su fe ¡es ‘sonreír mucho’!

Sin duda fue la respuesta de un alma generosa. Sin embargo, algunos días no son para sonrisas; y necesitamos una fe edificada sobre un suelo más firme que una sonrisa. ‘Atontar’ la fe a unos cuantos denominadores comunes no moverá montañas y no informará a las almas. Una fe que dure la vida entera requiere más que unos clichés.

A la vez, hay que tener cuidado de la tendencia casi gnóstica de presentar la fe en un paquete tan complicado que puede ser percibida como esotérica – el  conocimiento privado de unos ‘intelectuales’ lo suficientemente listos como para ‘agarrarlo’.

Nunca podemos olvidar que mientras las glorias y los misterios de la fe puedan estudiarse a lo largo de la vida, la fe en sí siempre se vive de un momento al otro. La fe se encuentra en esa instrucción precisa de la Santísima Madre: ‘Hagan lo que Él les diga.’

Ríos de fe, ríos de amor

Esto me recuerda del Santo Cura de Ars que se topó con un señor en su iglesita. Cada día entraba y se sentaba un rato, luego se iba. El Cura por fin le preguntó qué hacía. El hombre le contestó que estaba visitando a Cristo en el Santísimo Sacramento. ‘¿Y luego qué haces?’, le preguntó el Cura. ‘Lo miro,’ contestó el hombre, ‘y Él me mira a mí.’ Hay muchísima catequesis envuelta en esa afirmación única y sencilla.

De ninguna manera es mi intención denigrar al estudio. Al contrario, si no conocemos bien a la fe, no la podemos transmitir a la siguiente generación. Una de nuestras mayores aflicciones como Iglesia a lo largo de las últimas décadas es que la fe no ha sido transmitida con toda su riqueza y belleza. Para hablar con absoluta franqueza, y en muchas instancias, la fe no había sido realmente enseñada durante varias décadas. Hemos aprendido – con mucha tristeza y mortificación – cuanto se pierde si la catequesis es débil y el contenido defectuoso.

Transmitir la riqueza de nuestra fe católica no puede convertirse un asunto de contenido sin vida. ¡Los apóstoles transmitieron una fe muy viva! Queremos que los que transmiten este don eterno de la fe entiendan que son llamados a ‘hacer lo que Él les diga’. Esta fe no es ciencia astrofísica, el conocimiento privilegiado de unos cuantos. Esta fe es un encuentro personal con el Mismísimo Maestro de Maestros. La fe que nos mueve a lágrimas de gozo no son principios abstractos. La fe está en el amor de Jesús que ha muerto, resucitado, y vendrá de nuevo. Esta es la fe que la Santísima Madre pide que modelemos en la catequesis.

Utilizar la palabra ‘catequizar’ es enseñar sobre Cristo y su Cuerpo, la Iglesia. Catequizar de manera natural fluye desde la Eucaristía y el llamado a evangelizar. La celebración de la Eucaristía es el sine qua non de toda catequesis y la clave de toda evangelización. Todo modelo de catequesis quedará corto a menos que nos aseguremos que la fe que se enseña es una fe que transforma, una fe vivida, tomada de la acción de la Eucaristía Misma y el cambio que sucede en la evangelización.

Nuestra misión es la fidelidad a la fe, la fidelidad a Jesús, la cual definió la Madre Teresa como ‘un asunto de vivir mi fe un día a la vez, una persona a la vez.’ Esa es la fe que queremos transmitir. Esa es la fe viva; esa es la Iglesia viva en nuestra generación con la cual catequizamos las generaciones que vendrán después de nosotros.

En su carta apostólica, Tertio Millennio Adveniente, el Papa Juan Pablo II escribió que ‘toda la historia cristiana aparece como un único río, al que muchos afluentes vierten sus aguas… el río de la Revelación, del Cristianismo y de la Iglesia, que corre a través de la historia de la humanidad a partir de lo ocurrido en Nazaret y después en Belén hace dos mil años.’ (25).

El río del amor de Dios fluye a través de nuestra Iglesia hoy. El gran río de fe, esperanza y amor es lo que nos sostiene en nuestra peregrinación al reino de Dios. El Espíritu Santo ha dado a cada uno de nosotros los dones para enseñar, para respirar nueva vida en cada generación de la Iglesia.

Esa es la misión que aceptamos como catequistas. Lo hacemos al reflejar la humildad de la Santísima Madre, la Sierva del Señor, la primera catequista y la catequista ejemplar. Lo hacemos al reflejar la fortaleza y la determinación de la Santísima Madre en las Bodas de Canaán quien pudo hablar esas palabras de encomienda a todo catequista: ‘Hagan lo que Él les diga.’

Spanish translation by Althea Dawson Sidaway: [email protected]


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