Aun cuando los documentos del Magisterio sobre la catequesis se refieren a los padres como los educadores primarios en religión, muchos padres y educadores religiosos en nuestras parroquias, no comprenden la importancia de esta afirmación. No se espera de los padres que hagan una catequesis formal, de tipo escolar. En cambio, el rol de los padres es uno que solamente ellos están llamados a cumplir: su responsabilidad vocacional para inculcar la Fe en un plano cotidiano, a través de la oración, la celebración litúrgica y la formación moral. A diferencia de los catequistas, que suelen tener solamente una hora por semana con los niños, los padres están con sus hijos diariamente a través de sus años formativos, con el potencial de establecer en ellos hábitos de oración, alentar la participación en la liturgia, y dirigir un progreso real en su formación moral. Mientras que los catequistas en la parroquia y en la escuela bien puedan proporcionar dirección y consejos, además de enseñar la doctrina, sin embargo, los padres y los miembros del núcleo familiar son esenciales para una correcta vivencia de la Fe. Una buena formación en el seno familiar, por lo tanto, provee un buen fundamento para la catequesis formal, de modo que los dos pueden ser enriquecidos mutuamente.[1]
Los padres son indispensables en el desarrollo de la consciencia y de la virtud. Esto se debe a que, como el Directorio Nacional para la Catequesis, explica: “La catequesis en cuestiones morales involucra mucho más que la proclamación y la presentación de los principios y la práctica de la moral cristiana. Presenta la integración de los principios de la moral cristiana en la experiencia de vida para el individuo y la comunidad.” [2] La familia es para el niño la primera y más importante comunidad para este aspecto esencial en su formación moral. El Directorio Nacional para la Catequesis confirma que los padres son responsables de la formación moral de los niños, de acuerdo a la ley natural. “Los padres son catequistas, precisamente porque son padres. Su rol en la formación en los valores cristianos en sus hijos es irremplazable.”[3]
¿Qué es la virtud? ¿Qué es el bien?[4]
La virtud es un hábito o habitus. La forma latinizada se debe preferir aquí, porque nuestro entendimiento familiar de la palabra “hábito”, no está en consonancia cuando consideramos la virtud. Como habitus, la virtud ocupa una posición entre las potencias del alma y los actos de una persona. No es simplemente una acción repetida; es una habilidad dinámica de crecimiento hacia el bien en una acción humana. Se requiere de un habitus para hacer funcionar las potencias humanas que tienen más de una manera de ser activadas. Mientras que cada sentido físico, por ejemplo, tiene una particular función: los ojos ven, los oídos oyen y la lengua gusta, la voluntad, por el contrario, puede desear muchas cosas, requiriendo para ello un habitus para darle forma; una voluntad recta, una voluntad débil, malicia, todos describen el habitus de una voluntad particular. El habitus, en sí mismo, es un término neutral, que se refiere simplemente a un patrón de crecimiento en una potencia humana en particular, dirigido hacia determinados tipos de acción. Por ejemplo, una persona de buena voluntad tiene un patrón de crecimiento en la virtud, pero la persona maliciosa tiene un patrón de crecimiento hacia el vicio. Las virtudes se desarrollan a través de una acción humana correcta, y el trabajo en conjunto del intelecto y de la libertad, que afecta no sólo a las acciones ejecutadas, sino también resulta en el desarrollo moral de una persona humana. La virtud de la valentía ayuda a perfeccionar los movimientos del apetito irascible del alma en acciones que toman cuerpo en buscar el bien en circunstancias adversas. Las capacidades verdaderamente humanas del conocer y del amor requieren de la virtud para funcionar bien. Además, el carácter moral de una persona cambia a través de la virtud, de modo que la persona con virtud es una buena persona.
El bien es un concepto análogo. Cada cosa posee o muestra el bien de un modo que es específico al tipo de cosa que ella es. Un bolígrafo bueno escribe bien, una silla buena está construida de tal manera que soporta a la persona que está sentada sobre ella. Para que una persona sea buena, las potencias del alma, las emociones, y las pasiones deben estar guiadas por el intelecto hacia el propósito o el objetivo en la vida. Los padres cristianos están guiando a sus hijos a los más grandes objetivos: la unión con Dios, a través de la imitación de Cristo. Este es el bien que surge a través de la virtud. [5] El crecimiento en la virtud, por tanto, significa crecimiento en el bien, una acción buena consistente que trae alegría al agente.