“Si la vida es más dura, el amor también la hace más fuerte, y solo este amor, fundado en el sufrimiento, pueda cargar la Cruz de mi Señor, Jesucristo. El amor sin egoísmo, sin depender de sí mismo, pero prendiendo en la profundidad del corazón una sed ardiente de amar y de sufrir para todos los que están a nuestro alrededor: una sed que ni la mala fortuna, ni el desprecio pueda extinguir.
“Yo creo, oh Señor; pero aumenta mi fe…Corazón de Jesús, te amo; pero aumenta mi amor. Corazón de Jesús, confío en Ti; pero dale un mayor vigor a mi confianza. Corazón de Jesús, te entrego mi corazón; pero enciérralo en Ti para que nunca pueda ser separado de Ti. Corazón de Jesús, soy todo tuyo; pero cuida mi promesa para que yo pueda ponerla en práctica hasta con el sacrificio total de mi vida.” 1 - Padre Miguel Agustín Pro, SJ, escrito poco antes de su muerte.
El tesoro del alma
Una pregunta que a menudo me he hecho es, “Estaría dispuesta a morir por el Credo?” Es natural pensar que moriríamos por Jesucristo o por la Iglesia – bueno, por lo menos creo que es natural. Pero, ¿moriríamos por lo que creemos? ¿El Credo es para nosotros, como lo fue para San Ambrosio, “sin dudar, el tesoro de nuestra alma”? El Directorio general para la catequesis afirma,
“Al fundir su confesión con la de la Iglesia, el cristiano se incorpora a la misión de ésta: ser « sacramento universal de salvación » para la vida del mundo. El que proclama la profesión de fe asume compromisos que, no pocas veces, atraerán persecución. En la historia cristiana son los mártires los anunciadores y los testigos por excelencia.” (DGC 83)
'Acogemos el símbolo de esta fe nuestra que da la vida’ (CIC 197). 2
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