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El kerigma: Lo que es y porqué importa, Parte I

Authored by Dr. Chris Burgwald in Issue #6.2 of Catechetical Review

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Una proclamación de la salvación

Introducción

Agnolo Gaddi's Mercy Seat Trinity paintingDurante las últimas décadas, los teólogos que enfocan la evangelización en general, y en particular, al momento de la catequesis – que es una parte de la evangelización- han puesto esfuerzos considerables de pensamiento y atención al tema del kerigma, y con justa razón. El kerigma puede entenderse aptamente como el resumen del Evangelio; y, como tal, siempre merece estudio de mayor cercanía, particularmente en una época cuando el catolicismo está menguando en muchos lugares. En esta serie de tres partes, explico lo que es el kerigma y porqué es importante. En esta primera entrega, les ofrezco una visión general del kerigma, examino su significado hoy en día, y ofrezco una visión más estrecha de uno de sus componentes más relevantes a la labor de la catequesis en nuestro tiempo.

La importancia del kerigma

Veamos primero la importancia del kerigma en la obra de la evangelización de manera general, y en la catequesis, en particular. La comprensión del kerigma es esencial por dos razones. Primero, la pregunta, “¿Cuál es la Buena Noticia de Jesucristo?” tiene, obviamente, importancia. En el Evangelio según San Marcos, las primeras palabras de Jesús son, “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia” (1,15). Sus primeras indicaciones son de arrepentirnos de nuestros pecados y creer en la Buena Noticia, el Evangelio. Claramente, éste es un asunto de suprema importancia; y, por lo tanto, es esencial que tengamos una comprensión clara de la naturaleza del Evangelio.

La segunda razón por la que el kerigma es tema esencial se relaciona estrechamente con la primera. Considerando lo importante que es el Evangelio para nuestra fe cristiana y nuestra vida como Sus discípulos, los estudios han demostrado que demasiados cristianos (incluyendo a muchos católicos) no saben qué es el Evangelio. De hecho, se podría argumentar que no solamente muchos creyentes ignoran el contenido auténtico de los Evangelios, sino que es probable que lo consideran ni Buena, ni Noticia. Y si esto es verdad en cuanto a los católicos y demás cristianos, ¿cuánto más se aplica de verdad entre los demás pueblos del mundo, de quienes Jesús nos dijo que hiciéramos discípulos?

Comprendiendo al kerigma, el contenido nuclear del Evangelio, es, entonces esencial: primero, por su centralidad al cristianismo; y segundo, por lo poco que se conoce en realidad en el mundo actual, entre los católicos, los demás cristianos, y la población en general.

El kerigma: una proclamación

Abordemos ahora lo que es el kerigma, al considerar lo que la palabra “kerigma” significa y al proporcionar una visión de conjunto de su contenido.

En cuanto al primer punto, el término kerigma en sí es una palabra griega que significa “proclamación”, y se relaciona estrechamente con los términos griegos que significan “proclamar” y “anunciar”. El kerigma, entonces, es la proclamación o el anuncio de algo. Como se notó arriba, el kerigma es el mensaje básico del Evangelio, el núcleo de la Buena Noticia. “Noticia”: considere esa palabra en su sentido cotidiano. Cuando escucha, lee, o mira “las noticias”, ¿qué significa la palabra? Se refiere a alguien que le cuenta acerca de algo que ha sucedido, o está sucediendo. Es lo mismo en cuanto a la Buena Noticia, el Evangelio y el kerigma: es el anuncio, la proclamación de algo que ha pasado (y, como veremos más adelante, sigue sucediendo).

Este punto en cuanto al kerigma como proclamación de algo que ha pasado es increíblemente significativo: pero, por ahora, quisiera destacar solo una manera en la que esto es cierto. Cuando hablamos de nuestra fe cristiana, a menudo tenemos la tendencia de hablar acerca de los aspectos de “cómo hacer”: aquí tiene cómo vivir, cómo orar; cómo estudiar o aprender la fe; cómo convertirse en un mejor cristiano, un mejor hombre, una mejor mujer, un mejor padre o madre de familia, etc.; y por encima de todo, aquí está cómo asegurarse que esté en el camino correcto, el camino que va al cielo. En otras palabras, hablamos acerca de lo que hacemos. Hablar acerca del “cómo hacer”, o  hablar acerca de lo que nosotros hacemos no es la proclamación de algo que ha sucedido; y aunque sea Bueno, no es la Buena Noticia, sino Buenos Consejos.

Otramente dicho, cuando compartimos nuestra fe con los demás, muchos de nosotros nos saltamos involuntariamente a la Buena Noticia y nos vamos directamente a los Buenos Consejos, a los “cómo hacer”, al qué hacemos. El problema con esto no son las indicaciones “cómo hacer”: es absolutamente necesario hablar de esas cosas. El problema es saltar la Buena Noticia; ¡ya que la Buena Noticia (y su núcleo, el kerigma) es lo que hace que los Consejos sean Buenos, hace acogedora, atractiva e incluso posible aquella invitación a cómo hacerle!

La Buena Noticia, por lo tanto, es una proclamación de algo que Dios ha hecho, algo que Él ha cumplido, a la que respondemos.

El contenido de la proclamación

¿Cuál es, pues, esta proclamación? ¿Cuál es el contenido del kerigma? ¿Qué es esta cosa que Dios ha hecho?

En el mero principio, después de Pentecostés, cuando los Apóstoles y los demás discípulos comenzaron a proclamar al kerigma, fue el anuncio, “¡Él ha resucitado!”. En efecto, es lo que les escuchamos decir los unos a los otros aquel primer Domingo de la Resurrección: ¡Está vivo! ¡Ha resucitado!

Sin embargo, mientras eso quizás haya sido inteligible para aquellos que ya eran seguidores de Jesús, tenía muy poco sentido al ser proclamado ante las personas que no eran Sus seguidores, y aun menos para los que no sabían quien era Jesús de Nazaret. Entonces, la Buena Noticia de que “¡Ha resucitado!” tenía que ser explicado, ya que la gente ni sabía quien era “Él”, ni el significado de que Él hubiese “resucitado”.

Desde muy temprano, por lo tanto, el kerigma se amplió, pero tras esta ampliación que se dio a lo largo de la vida de los Apóstoles, quedó fijo, y, desde entonces, ha conservado los mismos rasgos. En resumen, estos rasgos o componentes del kerigma son lo salvífico de la vida, muerte y Resurrección de Jesucristo, el Señor. Cada uno de estos componentes es esencial al kerigma: se refiere a la (1) lo salvífico de la (2) vida, (3) muerte, y (4) Resurrección de (5) Jesús de Nazaret, Quien es tanto el (6) Cristo y el (7) Señor. (Nota: la proclamación del kerigma puede variar según el auditorio y las circunstancias – algunos componentes puedan necesitar mayor énfasis, otros menor – pero todos son aspectos necesarios del kerigma.) Para ejemplificar con una de las muchas instancias de la proclamación kerigmática a lo largo del Nuevo Testamento, considere estas palabras de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios:

Hermanos, les recuerdo la Buena Noticia que yo les he predicado, que ustedes han recibido y a la cual permanecen fieles. Por ella son salvados, si la conservan tal como yo se la anuncié; de lo contrario, habrán creído en vano. Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Pedro y después a los Doce. Luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto. Además, se apareció a Santiago y de nuevo a todos los Apóstoles. Por último, se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto. (1 Cor 15,3-8; y podría incluir los versos 9-28).

Una proclamación salvífica

En las próximas entregas de esta serie, abordaré los varios componentes del kerigma; pero en ésta, considero más de cerca al primero: la dimensión salvífica de lo que Dios ha hecho por nosotros en Su Hijo Jesús.

El kerigma no solo es la proclamación del mero hecho histórico de la vida, muerte y Resurrección de Jesús como Señor y Mesías; es también una proclamación de lo que significa para cada uno de nosotros. Recuerde, el kerigma es el resumen del Evangelio, la Buena Noticia; y ésta es una Buena Noticia para toda la humanidad. Recuerde las palabras del Credo Niceno, que son como prefacio de su enseñanza sobre la vida, muerte y Resurreción de Jesús: “ que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación…”. Tanto su Encarnación (el Hijo de Dios asume nuestra naturaleza humana) y el Misterio Pascual (Su pasión, muerte y Resurrección) se realizaron para nuestra salvación, es decir, la salvación de cada ser humano que ha existido y existirá.

¿Cuál es la importancia salvífica de la vida, muerte y Resurrección de Jesús? Aquí, vamos a enfocar dos dimensiones en particular: de lo que nos salvó y para lo que nos ha salvado.

Nos salvó de...

Muchos cristianos están familiarizados con lo primero – de lo que nos salvó: la vida, muerte y Resurrección de Jesús nos liberó del poder del pecado, de la muerte y del demonio. Antes de Belén, y aun antes del Viernes Santo, la humanidad estaba esclavizada por el pecado, dominada por la muerte y corrompida por el diablo. Fue para salvarnos de estos poderes que Jesús llegó desde el principio. Al explicar porque el Verbo se hizo carne, el Catecismo nos dice que “se encarnó para salvarnos, reconciliándonos con Dios” (CEC 457). Recuerde las palabras de Juan el Bautista al ver acercársele Jesús: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” (Jn 1, 29).

Retomando este tema en su primera carta, San Pedro escribe, “Ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto” (1 P 1, 18.19).

En el rito pascual de la Antigua Alianza, un cordero sin mancha (es decir, uno sin defecto), se ofrecía como sacrificio por los pecados del pueblo. En la Nueva Alianza, un Cordero sin mancha (Él que no tiene defecto alguno) nuevamente se ofrece para quitar los pecados de todos los pueblos: Jesús mismo, sin pecado y perfecto.

Y, en Sus propias palabras, Jesús “no vino para ser servido, sino para servir y dar Su vida en rescate por una multitud” (Mc 10,45). Jesús no solamente es la realización del Cordero del Antiguo Testamento, sino también el Siervo Doliente profetizado por Isaías que, nos dice el Catecismo, “se deja llevar en silencio al matadero y carga con el pecado de las multitudes” (608).

Por Su muerte, Él ofreció expiación por nuestros pecados; y, por su obediencia perfecta, deshizo la desobediencia de Adán y de cada uno de nosotros. Ha expiado nuestras culpas, satisfaciendo al Padre la exigencia de justicia santa por nuestros pecados (CEC 615); al hacer esto, nos ha liberado del poder del pecado, el poder de la muerte, y el poder del demonio.

Nos salvó para…

Nuevamente, esto es lo que por lo menos es intuido, si es que se desconozca explícitamente por la mayoría de los cristianos: Jesús murió y resucitó nuevamente por nuestros pecados. Pero, la salvación que Él nos trajo, la salvación proclamada por el kerigma, no solo nos salva de… sino que también nos salva para.  Sí, murió y resucitó para salvarnos de nuestros pecados; pero también murió y resucitó para una vida nueva, la misma vida nueva que Él tuvo desde el principio, de hecho desde toda la eternidad: la vida de hijo de nuestro Padre Celestial, como Su hijo, la vida de gracia divina.

Ahora, como lo sabemos, solo Jesús es el Hijo del Padre; pero en virtud de la gracia que se derrama sobre nosotros por medio de los sacramentos por Su vida, muerte y Resurrección, nosotros participamos de esta filiación como hijos e hijas adoptivos de nuestro Padre celestial, y como hermanos y hermanas de Jesús. Considere estas palabras del Catecismo:

Hermanos no por naturaleza, sino por don de la gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación real en la vida del Hijo único, la que ha revelado plenamente en su Resurrección. (CEC 654)

Previamente, mencioné la primera razón que nos da el Catecismo porqué el Verbo se hizo carne; para salvarnos de nuestros pecados. Considere ahora la cuarta razón que nos da el Catecismo, citando a 2 Pedro 1, 4: "El Verbo se encarnó para hacernos "partícipes de la naturaleza divina" (CEC 460). Luego cita tres de los santos y teólogos más brillantes de la historia de la Iglesia. San Ireneo, San Atanasio y Santo Tomás de Aquino – cada uno con una ligera variación – explicaron lo que significa ser partícipes de la naturaleza divina al comunicar esta idea: Dios se hizo hombre para que los hombres pudieran ser como dioses.

Dios no quiere que vivamos simplemente como hombres y mujeres perfectos: Él quiere que vivamos Su vida divina, quiere que participemos de Su manera de ser, de la existencia. Uno de los términos teológicos utilizados para describir esta realidad es la deificacón: por la gracia que nos da Dios debido a Jesús, somos deificados…hechos como Dios.

Es para esto que nos salvó Jesús (¡y salva!): ¡la vida divina con Él! Esto no es algo que solo sucede cuando nos morimos: comenzó cuando fuimos bautizados y se profundiza cuando recibimos los sacramentos y crecemos en el discipulado. Nosotros somos los hijos e hijas adoptivos de Dios, ahora participamos de la naturaleza divina por medio de los sacramentos. La vida de Dios, Su gracia nos limpia del pecado y nos llena de vida nueva: ¡Su vida!

Éste es el sentido salvífico de la vida, muerte y Resurrección de Jesús como Señor y Mesías: ¡desde el pecado a la filiación! ¡Esto es de verdad, una Buena, hasta inimaginable, Noticia! Que crezcamos en nuestra participación en ella y conduzcamos a los demás a que hagan lo mismo.

Habiendo obtenido un doctorado en teología sistemática del Angelicum, Dr. Chris Burgwald ha fungido como Director de Discipulado y Evangelización para los Adultos para la Diócesis de Sioux Falls desde 2002. Chris, su esposa Germaine, y sus cinco hijos viven en Sioux Falls.

Traducción por Althea Dawson Sidaway: [email protected]

Photo credit: Angnolo Gaddi's Mercy Seat Trinity, photo por Fr. Lawrence Lew, OP Flickr.com Creative Commons License 2.0

 


This article is from The Catechetical Review (Online Edition ISSN 2379-6324) and may be copied for catechetical purposes only. It may not be reprinted in another published work without the permission of The Catechetical Review by contacting [email protected]

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